🔷 Se acerca la caída de Bolsonaro: acorralado por el coronavirus, la pandemia lo dejó aislado y cada vez más débil

El temor que crece en el mundo fortaleció a muchos presidentes, que recibieron un voto de confianza para liderar a sus países en medio de la crisis. No es lo que está pasando en Brasil, donde ciudadanos, gobernadores y hasta ministros cuestionan la respuesta del mandatario. Los riesgos para el futuro de su gobierno

Policiales 06 de abril de 2020 Diario Primicia Diario Primicia
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Jair Bolsonaro está acostumbrado a diferenciarse del resto. Durante gran parte de su trayectoria política fue un outsider que se permitía decir y hacer cosas que no diría ni haría ningún político con aspiraciones de poder. Pero la fenomenal crisis política y económica en la que se sumergió Brasil en 2016 creó un escenario inédito, que le permitió llegar a la presidencia sin que nadie lo esperara.

El gobierno de Bolsonaro es acorde a sus antecedentes. Por eso, no llama la atención que su respuesta ante la pandemia de coronavirus sea completamente diferente a la de otros presidentes.

En este momento, es el único líder mundial de primera línea que continúa relativizando la gravedad del COVID-19, a pesar de que Brasil tiene 10.278 casos confirmados y 431 muertos. Ningún otro mandatario del G20 cuestiona las medidas de distanciamiento social. Algunos optaron por restricciones más severas que otros, pero todos coinciden en que son necesarias para contener la propagación del virus.

Hasta Donald Trump, que también había minimizado su impacto sanitario, terminó admitiendo que era un guerra. También revisó su posición inicial Andrés Manuel López Obrador, que animaba a los mexicanos a ir a comer a restaurantes cuando ya había 300 casos en el país, pero ahora les pide que se queden en sus casas.

Bolsonaro ha tenido idas y vueltas, pero se rehúsa a admitir que Brasil, y el mundo, están ante una crisis extraordinaria, que exige una respuesta extraordinaria. Eso explica que el liderazgo de muchos presidentes se esté fortaleciendo y el del brasileño se esté debilitando.

Su popularidad está en caída y la mayoría de los ciudadanos rechaza su manejo de la pandemia. Además, se enfrentó con los gobernadores, que tomaron la iniciativa ante el vacío dejado por él, y hasta sus propios ministros empiezan a cuestionarlo.

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En guerra, pero no contra el virus

“En mi opinión, está sobredimensionado el poder destructivo de este virus. Tal vez se está potenciando incluso por razones económicas”, dijo Bolsonaro el 9 de marzo durante un encuentro con miembros de la comunidad brasileña en Miami. “Hay mucho de fantasía. El coronavirus no es todo lo que los grandes medios difunden”, dijo al día siguiente.

Habían pasado dos semanas de la confirmación del primer caso en Brasil y ya era evidente que América Latina podía seguir el camino de Europa si no preparaba un plan de contención. Pero el mandatario brasileño hablaba como si se tratara de un problema ajeno, de otros países.

“Parece haber un estado de negación sobre la inevitable crisis económica que vendrá y las responsabilidades que un gobierno tiene la obligación de desempeñar en esas circunstancias, ofreciendo asistencia y apoyo a los más necesitados. Con esa postura intransigente de que la economía no puede parar, Bolsonaro busca quitarse la responsabilidad en relación a la dramática situación económica por delante, y transferirla a todos aquellos que hoy defienden las recomendaciones de la OMS. Pero ese comportamiento está conduciendo a Bolsonaro a un fuerte aislamiento”, explicó Bruno Mello Souza, profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Estadual de Piauí.

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Aquel viaje a Estados Unidos lo puso literalmente frente al virus. Al menos 24 personas que estuvieron con él en algún momento de la visita dieron positivo. Entre ellos, Fabio Wajngarten, secretario de Comunicación de la Presidencia, y otros 10 funcionarios que formaron parte de su comitiva.

En ese momento, parecía empezar a comprender la gravedad de la crisis. El 12 de marzo publicó un video en el que se lo veía usando una mascarilla protectora, junto al ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta. En ese mensaje pidió a sus seguidores que no fueran a un acto que estaban organizando en su apoyo.

Algunos medios brasileños dieron por hecho que también Bolsonaro se había contagiado en el viaje, pero el test dio negativo. El presidente lo celebró compartiendo una foto en la que hacía un corte de manga a la prensa y volvió a poner en duda la virulencia del coronavirus.

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“Por mis antecedentes como atleta, si estuviera contaminado con el virus, no tendría que preocuparme. No sentiría nada ni me afectaría. A lo sumo, una gripezinha o un resfriadinho”, dijo días más tarde.

El 15 de marzo se produjo la manifestación y Bolsonaro terminó sumándose. Mientras Mandetta y todos los especialistas en salud pedían distanciamiento social, el Presidente arengaba a la gente y repartía apretones de mano para todos lados.

Luego, cuando un periodista le preguntó por qué creía que el ministro de Salud tenía mejor imagen que él, tuvo un rapto de furia. “La prensa es extremadamente importante para divulgar la verdad, pero no para hacer una pregunta como esa, que es antipatriótica, que va en contra de los intereses de Brasil”, respondió.

“Bolsonaro tiene una dificultad extrema para abordar las cuestiones en un campo que no sea el ideológico —continuó Mello Souza—. El conflicto ideológico guía su gobierno, a través de los ataques a la prensa y a todas las voces que no están de acuerdo con sus acciones. En un momento que exige un liderazgo capaz de, a partir de las recomendaciones científicas, coordinar acciones y unir al país contra un mal mayor, esa dificultad se vuelve más clara. Y lo que emerge es justamente la máquina de producir tensiones que caracteriza al núcleo duro bolsonarista”.

Bolsonaro está librando una guerra, pero no contra el virus, sino contra los gobernadores. Preocupados por la sucesión de contagios, los 27 que hay en el país empezaron a organizarse para ocupar el vacío dejado por el estado federal. A la cabeza se puso João Doria, gobernador de San Pablo, el estado más rico y poblado, y el más afectado por la pandemia.

Si bien pertenece al opositor PSDB, fue muy cercano a Bolsonaro en campaña y en la primera parte de su gobierno. Pero ahora quedaron en bandos opuestos. Doria dictó una severa cuarentena en su estado y el mandatario lo atacó: “Se le subió a la cabeza la posibilidad de ser presidente de Brasil. No tiene responsabilidad. No tiene altura para criticar al gobierno federal”.

Bolsonaro amenazó con firmar un decreto para reabrir los comercios que habían sido cerrados por las medidas tomadas en los estados y hasta lanzó una insólita campaña publicitaria. Un video titulado “El pueblo quiere trabajar” mostraba a una caravana de vehículos celebrando la reapertura de comercios en un balneario de Santa Catarina.

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El 29 de marzo dio un paso más y salió a pasear por los alrededores de Brasilia. En el distrito de Ceilandia, habló con un vendedor de churrascos. “Yo defiendo que trabajes, que todo el mundo trabaje. A veces, remedio de más se convierte en veneno”, le dijo, mientras crecía el número de personas que se amontonaban para verlo.

“El retraso de Bolsonaro hizo que los gobernadores se convirtieran en los principales responsables de la política de contención de la epidemia en Brasil durante las primeras semanas. Esto hizo que el Ejecutivo perdiera prominencia. La salida que tenía era negar esas medidas y argumentar que los gobernadores se equivocan. Para Bolsonaro, cambiar de posición tan radicalmente como Trump sería una derrota política. Pero, si los contagios y el número de muertes aumentan, y el sistema de salud se satura, deberá adoptar un cambio gradual de posición, como ya he ocurrido en los últimos días”, dijo a Infobae el cientista político Emerson Urizzi Cervi, profesor de la Universidad Federal de Paraná.

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Un presidente aislado

La ciencia política estadounidense desarrolló un concepto para explicar lo que sucede con la opinión pública cuando se produce una agresión externa o un desastre natural y, de manera casi automática, crece el apoyo al presidente. Se denomina efecto “rally round the flag”, que se puede traducir como “reunirse alrededor de la bandera”.

La idea sería que, ante la amenaza, las personas ponen de lado sus diferencias y se unen detrás de su líder para defender los intereses nacionales. El ejemplo arquetípico es lo que pasó con George W. Bush tras los ataques del 11 de septiembre. En horas, el apoyo a su gobierno trepó de 50 a 90 por ciento.

Algo similar se está viendo ahora en muchos países, donde los presidentes están disfrutando de saltos en su popularidad. Hasta Trump, con sus vaivenes en esta crisis, alcanzó esta semana el nivel máximo de aceptación de todo su gobierno: 47%, según el promedio de encuestas de RealClearPolitics.

Pero con Bolsonaro está ocurriendo lo contrario. “Fue el presidente electo en las condiciones más atípicas de la historia democrática brasileña. Nunca participó en un debate en su campaña y siempre fue exhortado por hordas de fanáticos partidarios de la dictadura y extremistas religiosos. Creo que lo que surge ahora es la evidente falta de preparación que la mitad de la población brasileña rechazó al no votar por él en las elecciones de 2018. Informes de personas cercanas a él dicen que tiene un comportamiento paranoico y una manía de persecución. Cree que puede hacer cualquier cosa, pero se hace más pequeño todos los días”, dijo a Infobae Alessandra Maia, profesora de teoría política en la Universidad Católica de Río de Janeiro.

Un sondeo de Datafolha realizado en los primeros días de abril registró que el 39% de los brasileños desaprueban el modo en que está lidiando con la pandemia, seis puntos más que en marzo. Solo el 33% lo apoya, una caída mensual de dos puntos. Al mismo tiempo, la aprobación de la gestión de Mandetta saltó de 21 a 76 por ciento.

“La actitud de Bolsonaro ante la pandemia de coronavirus, contraria a las directrices de la OMS y de su ministro de Salud, parece haber sido el punto de inflexión tanto para su base aliada como para parte de la opinión pública que aún lo apoyaba, aunque todavía mantiene una cierta base de apoyo considerable. A diferencia de otros líderes mundiales, que reconocieron al coronavirus como un problema real y tomaron medidas para combatirlo, la negación por parte de Bolsonaro ha superado el límite de paciencia de una parte importante de sus partidarios”, sostuvo Felipe Corral, profesor de ciencia política de la Universidad Federal de Pelotas.

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No hay protestas callejeras porque sus detractores tratan de respetar el aislamiento. Pero desde hace varias semanas volvieron los cacerolazos, que son masivos en muchas ciudades de Brasil. Sobre todo en barrios de clase media, que en 2018 votaron por Bolsonaro para evitar un triunfo del PT.

Pero la pérdida de respaldo popular es solo una de las dimensiones en las que se está debilitando el gobierno. Mucho más grave es que se está quedando sin apoyo entre los factores de poder.

“Se hicieron más claras las dos partes del gobierno —dijo Urizzi Cervi—. Hay una ideológica, poco enfocada en temas reales, pero hay otra que tiende a estar más ligada a la realidad, que necesita dar respuestas a la sociedad. Hasta el surgimiento de la crisis sanitaria, la primera parte creó crisis imaginarias, con motivaciones ideológicas, y las consecuencias eran pequeñas. Ahora hay un problema real y la parte del gobierno que se ocupa busca soluciones, mientras que la otra trata de ponerle obstáculos. El Presidente pertenece a la primera parte, la ideológica. Como el problema es real, y tiene consecuencias humanas y económicas reales, el mandatario se vuelve cada día más débil”.

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El Congreso, que es el centro de control de la política brasileña, expresó un claro rechazo a su abordaje de la pandemia. No solo manifestaron su reprobación Rodrigo Maia y Davi Alcolumbre, presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado, del partido DEM, sino los líderes de las bancadas oficialistas en cada cámara: Eduardo Gomes y Fernando Bezerra.

También el Poder Judicial lo dejó solo. José Antonio Dias Toffoli, presidente del Supremo Tribunal Federal, defendió las medidas aplicadas por los gobernadores. “Todo lo que ha sucedido en el mundo nos lleva a creer en esta necesidad de aislamiento”, dijo en un comunicado.

Pero lo más llamativo es que hasta los ministros de su gabinete cuestionan sus decisiones y se diferencian en privado y en público. La mayor tensión es con Mandetta, que se plegó desde un comienzo a las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, respaldó a los gobiernos subnacionales y evitó acoplarse al discurso bolsonarista. “La cartera de Salud sigue siendo técnica, sigue siendo científica”, dijo días atrás.

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Bolsonaro lo criticó abiertamente en una entrevista con la radio Joven Pan. Dijo que “le falta humildad” para conducir a Brasil en este momento tan difícil, y advirtió: "Mandetta sabe que estamos divergiendo hace algún tiempo, pero no pretendo despedirlo en el medio de la guerra”.

No solo Mandetta está peleado con su jefe. Folha reportó esta semana que Sérgio Moro, ministro de Justicia, y Paulo Guedes, de Economía, apoyaron al máximo responsables de la salud pública. Probablemente sean los dos ministros más fuertes del gabinete, lo que revela hasta qué punto el presidente se está quedando solo.

“Si Bolsonaro no recula y el coronavirus tiene aún más impacto, se pueden dar tres escenarios. El primero es la dimisión de Mandetta. El segundo es que Mandetta pida la renuncia de Bolsonaro. El tercero es su apartamiento y un juicio político. Sin embargo, en un discurso pronunciado el 31 de marzo, insinuó una retirada estratégica. En función de los próximos acontecimientos y del avance del coronavirus, todo indica que seguirá con su dudosa y equivocada posición política, pero las principales acciones serán tomadas por otros actores, como el Congreso y sus ministros. En otras palabras, Bolsonaro seguirá siendo el presidente. Esto sólo puede cambiar si no mantiene su retirada, aunque sea mínima”, concluyó Corral.

Fuente: Infobae

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